domingo, 27 de junio de 2010

Entrevista a Stephen King





Stephen King nos cuenta varias anécdotas y recuerdos valiosos





Era un chaval y ya se sacaba unos dólares vendiendo historias de miedo. Y aún sigue. Su éxito arrasa librerías, cines, televisiones... y también Internet, donde su libro Riding The Bullet es el pionero de los best sellers cibernéticos. Una exclusiva con el gurú del terror por antonomasia.

Es tal vez el primero de la lista dentro del exclusivo club de Los Escritores del Millón de Dólares. Ante las constantes censuras que recibía por parte de los diversos críticos literarios, King les respondió: «Soy a la literatura lo que McDonald's a la gastronomía.»

Pero, sin duda alguna, nadie puede negarle un lugar entre los escritores de best sellers más prolíficos. Escribe seis horas diarias todos los días, menos los de Navidad, 4 de Julio y el día de su cumpleaños. Asegura que no le gustan mucho las entrevistas en general, y menos aquellas en las que debe hablar de su vida privada, pero también sabe que es parte de su trabajo.

Nacido hace medio siglo en Portland, su gran altura y sus gafas de gruesos cristales hicieron de él una persona retraída y muy tímida. El escritor de más éxito en Estados Unidos se define como un "hombre sencillamente norteamericano", al que le gusta el rock&roll, el equipo de béisbol de los Red Sox, el tenis y el tabaco, algo que está intentando abandonar. En 1976, King tuvo su primer gran éxito, al estrenarse la adaptación cinematográfica de su novela Carrie, dirigida por Brian de Palma. Después seguirían El misterio de Salem's Lot, El resplandor, La danza de la muerte, La zona muerta, Ojos de fuego, Cujo, Christine... y un larguísimo etcétera.

Un gravísimo accidente sufrido el año pasado, cuando caminaba por la carretera, le llevó al borde de una muerte que él siempre ha sabido narrar y retratar. Ahora intenta recuperar la movilidad perdida. La edición de su último libro, Riding The Bullet, en Internet, y que se puede leer en el tótem de los nuevos tiempos tras pagar unos cuatro dólares, le ha llevado a las primeras páginas de los medios de comunicación.

–Han pasado veinticinco años desde que escribiste Carrie, ¿qué significado tuvo para ti ese primer éxito?

–El poder pagar la calefacción durante los dieciséis meses siguientes. Esto, en el sentido económico; y en el sentido particular de mi vida, Carrie me puso al borde del infarto mientras mi editor no hacía más que llamarme para preguntarme insistentemente: «¿Y la próxima? ¿Para cuando la próxima?» Al fin descubrí que Carrie, el personaje, se había vengado de mí a su manera, me había puesto en la lista de best sellers de todo el país, lo que me obligaba a tener que escribir una nueva y buena novela de terror. A partir de entonces, siempre que tengo un éxito yo lo llamo la maldición de Carrie, mientras que si no lo tengo, me digo: «Carrie se ha olvidado de mí esta vez, menos mal.»

–Pero eso lo puedes decir gracias a los millones de dólares que ganas con las que tienen éxito.

–Claro. El detestar el dinero es una muestra de que lo tienes. Si no lo tuvieras, no podrías detestarlo (risas). Entiéndeme. Para mí, tener dinero supone poder escribir sin temor al recibo del alquiler o de la luz. El dinero, hasta una cantidad, es útil, pero cuando pasas de esa cantidad, lo es para Hacienda y lo deja de ser para ti.

–Dime cómo se te ocurren esas historias de terror que ponen los pelos de punta.

–Me surgen de repente, mientras hablo contigo o en cualquier situación. Yo nunca me pongo a pensar en qué historia debo escribir, o cuál debe ser el escenario, o cómo han de ser los personajes de esa historia. Únicamente surgen en mi cabeza, con nombres incluidos, y yo sólo los paso al papel. Sé que puede sonar algo misterioso y que podría ponerle como título El hombre cuya cabeza era invadida por el terror. Te contaré una anécdota. Un día viajaba de New York a Londres a presentar una novela. Volábamos sobre el Atlántico en uno de esos puntos llamados en aviación de no retorno, en los que el avión sólo puede ir hacia delante y no regresar. Bueno, ahí va mi historia. Estaba intentando dormir cuando le pedí a una bellísima azafata que me diera una almohada. Cuando abrió el pequeño maletero que había sobre mí, pensé: «¿Qué pasaría si en este momento saliese una enorme rata y le mordiese la cara a la azafata y le comiese la nariz?, mientras un hombre de primera clase intenta hacerse con una bolsa para vomitar ante tal escena, y al abrir otro armario comienzan a saltar enormes ratas que atacan a los pasajeros e invaden el salón.» El título de la novela podría ser Las ratas del vuelo 1708. Nunca la escribí, pero como ves era una historia surgida de repente en mi cabeza, sin intentarlo. Así es como escribo.

–Algunos dirán que eres un poco raro...

–Sí, me lo decían en el colegio, pero entonces era pobre. Ahora que soy rico nadie se atreve a decírmelo. (El escritor, con cara de niño travieso y tras sus enormes gafas de miope, lanza una extraña y enigmática sonrisa después de su afirmación). Yo era el que en los campamentos siempre contaba la historia más terrorífica. Mis compañeros del colegio y mis profesores les decían a mis padres que era un poco raro y que si no me mandaban a un psicólogo podía terminar en un manicomio. En parte tenían razón, puesto que terminé escribiendo best sellers y tratando con editores, que es lo más parecido a un mundo de locos, un auténtico psiquiátrico.

–¿No has pensado en escribir novelas que traten de otros temas?

–No, nunca. El terror, si lo piensas bien, es algo que llevamos con nosotros, en el interior, como pueden ser el amor, el odio o cualquier otro sentimiento universal. Sólo tenemos que sacarlo fuera. Hay gente que se dedica a matar o a descuartizar a su prójimo, mientras que yo prefiero estamparlo en el papel, en una página en blanco. En ocasiones he intentado escribir una novela policíaca, pero lo que me ocurre es que de repente aparece en mi historia un zombi o un cadáver que habla... Entonces, la historia policial se va al traste y desemboca irremediablemente en un asunto de terror (risas). Tiene vida propia.

–¿Dejas que tus hijos lean tus historias?

–Por supuesto, ellos son mis mayores fans. Te contaré otra anécdota.

–¿De terror también?

Esta vez no. Un día, viajando en coche, mi hijo mayor me propuso que le contase una historia para saber si era capaz de provocarle terror. Le respondí que no me era posible, así que dejé pasar muchos kilómetros hasta que empecé a contarle que él era hijo de un plantador de maíz. Su familia había sido asesinada y él había sido el único superviviente. Le aseguré que el Departamento de Protección al Menor del Estado de Oregón nos lo había concedido en adopción. Vi su cara de pánico mientras iba relatándole con todo lujo de detalles su corta vida y las cosas extrañas que nos habían ocurrido a toda la familia desde su llegada. Muertes inexplicables, enfermedades de familiares que de repente se curaban cuando él lo quería... Al final, y después de decirle que era tan sólo una historia de terror, corrió a casa a buscar su certificado de nacimiento. Creo que se quedó más tranquilo cuando descubrió que había nacido en Portland y que era hijo nuestro. De aquella historia que le conté a mi hijo surgió después Los chicos del maíz.

–Tú tienes un gran sentido del humor, pero, ¿cómo puedes reírte tanto con las historias de terror que escribes?

–Es sencillo. Tal vez sea una forma de evacuar la tensión que genero con mis relatos de terror. Pero no hagas caso de los que se ríen demasiado ya que la mayoría de las veces están medio locos. La risa, en la mayor parte de los casos, esconde terror, locura, pánico, odio.

–¿Eres capaz de contarme una historia de terror provocado por la risa?

Tal vez, veamos. (El escritor comienza a ponerse pensativo mientras no deja de mirarme). Ya lo tengo. Había una vez un niño llamado Paul. Él se mostraba autista en algunos momentos del día, pero sobre todo al despuntar el ocaso. Era el único momento en el que Paul abandonaba su mundo interior y surgía dentro de él una extraña risa. A esas horas era fácil verlo debajo del hueco de la escalera que atravesaba la construcción victoriana como una gran colina de madera. Su hermana Helen, unos años mayor que Paul, se había quedado al cargo de su hermano tras un inesperado viaje de sus padres y de sus abuelos. Un día al llegar a casa vio a Paul riéndose y mirando a través de sus pequeños ojos negros el oscuro y profundo hueco de la escalera. Helen preguntó a su hermano: «¿Qué miras ahí, bajo la escalera?» Paul se volvió a mirarla con una sonrisa maligna entre sus labios y dirigiéndose a Helen le dijo: «Es divertido, ven y verás qué hay debajo de la escalera.» Helen se acercó inquieta y descubrió el terror bajo la escalera.

–Vaya con la historia. ¿Qué había bajo la escalera?

–Lo que tú quieras. El terror tiene muchas facetas. Yo sólo te he contado una historia generada por la risa, como me pediste. ¿Qué crees que podía haber debajo de la escalera?

–No sé, tal vez los cadáveres de sus padres y sus abuelos.

–¿Te das cuenta de que tú también tienes el terror dentro?

–Muchos lectores te critican que normalmente los finales de tus historias no son demasiado claros. Por ejemplo en El Resplandor.

–Pero eso es tan sólo un truco para que mis lectores desarrollen su imaginación, el terror que cada uno lleva dentro. Si yo escribiese el final tal y como lo pienso, mis libros no tendrían tanta originalidad como tienen. Es lo mismo que ha ocurrido cuando te he contado la historia de Paul y la escalera.

–¿Intuías que algún día ibas a cobrar tantos millones de dólares por tus novelas?

–Sí, creo que sí. Piensa que yo nunca he pedido dinero a mis padres para comprarme caramelos. Lo que hacía era escribir cuentos pequeños y cortos y venderlos por diez dólares a revistas como Fantastic, Fantasy o Science Fiction. Creo que por entonces tenía once o doce años.

–¿Qué escritor es el que más te ha influido a la hora de contar cuentos de terror?

–Tal vez Edgar Allan Poe, Lovecraft y, por supuesto, Richard Matheson, que es quien me enseñó que para escribir una historia de terror no era necesario situarla en un castillo medieval en ruinas o en un sótano. Matheson me mostró que el terror puede aparecer en cualquier lugar, en un simple supermercado, en tu propia calle, en tu propio edificio. Ése es el verdadero terror.

–Vender más de 200 millones de libros debe causar un gran impacto.

–Sin duda alguna, pero en especial en la cuenta corriente (risas). Hablando en serio, sí que lo causa, pero eso me ha permitido utilizar parte del dinero en obras benéficas. He organizado campañas para hacer llegar alimentos a Ruanda, Haití, Burundi o Somalia. También en EE.UU. he donado una gran cantidad de dinero para la construcción de un ala infantil en el Hospital Oncológico St. John. Creo que si son los lectores quienes me hacen ganar tantísimo dinero, a ellos no les importará que gaste parte de ese dinero en acciones buenas y necesarias.

–¿Crees que en el mundo en el que vivimos hay bastante terror?

–Claro que sí. Y si tú no piensas igual, sólo tienes que abrir un periódico, leer las masacres en países de África, o en Asia o en Kosovo. Eso sí que es terror. Lee lo que está pasando en África, Colombia, Asia. Eso sí que es terror de verdad.

–¿Serías capaz de contarme una historia corta de terror sobre un periodista?

–Déjame pensarlo. Sí, sí que podría contártela, pero para que te la contase deberías pagarme mucho dinero y mi editor se enfadaría conmigo.

–Volviendo a tus adaptaciones al cine, ¿podrías decirme cuál de tus novelas ha sido maldita para adaptarla al cine?

Alumno aventajado. Hace catorce años intenté que se llevase al cine. Se firmaron los contratos con una productora, el papel protagonista debía hacerlo o Richard Burton o James Mason, pero ambos murieron antes de empezar a rodar. Hace diez años, Nick Williamson y Ricky Schroeder comenzaron a rodar la historia, dirigidos por Alan Bridges, pero días después tuvieron que dejarlo por falta de presupuesto. En 1997, se volvió a trabajar en la adaptación para sacarla adelante y los protagonistas fueron Ian McKellan y Brad Renfro. Espero que no vuelva a suceder nada. De cualquier forma, durante el rodaje McKellan sufrió un pequeño infarto y eso me hizo pensar que tal vez la historia estuviese maldita.

–¿Cuál es el peor consejo, profesional o personal, que te han dado?

–Una persona cuya identidad no voy a revelar me dijo: «No escuches nunca a los críticos.» Creo que hay que escucharles porque a veces te muestran algo que para ti está muy claro pero que para los lectores no lo está. Creo que no escuchar a los críticos, o a los lectores, es como meter la cabeza bajo el suelo, como hacen los avestruces, para no escuchar cosas desagradables. Pero si sacas la cabeza de la arena podrás escuchar cosas interesantes y que te pueden servir para acabar con algún defecto que tengas al escribir.

–¿Recuerdas de qué se trataba la primera historia que escribiste?

–Sí, aún la tengo guardada. Tenía siete años y la escribí mientras estaba en la cama, enfermo. Me pasé todo un año convaleciente. La historia se trataba de un dinosaurio que se zampaba todo lo que tenía a su paso. Los coches, las casas, la gente. Se comía los bosques, las calles, los semáforos, hasta que un niño descubre que el dinosaurio es alérgico al cuero, así que con su pandilla organiza la resistencia y empiezan a lanzarle zapatos, botas, chaquetas de cuero, hasta que el dinosaurio va haciéndose pequeño y desaparece.

–¿La has publicado?

–Algunas editoriales me han propuesto publicarla con imágenes ilustradas para niños, pero prefiero seguir guardando esta historia en mi cajón privado.

–¿Cuáles son tus hobbies?

–Navegar en mi velero, comer langosta y restaurar coches antiguos.

–¿Quieres decir algo más?
–Nada. Ya he dicho demasiado. Ahora sabes tú más de mí que yo mismo.

Eric Frattini

Entrevista publicada en la revista MAN (Nº 153), julio de 2000





3 comentarios: